El padre alzó en sus brazos a su pequeña hijita de ocho días de nacida. Apenas abría los ojitos a un mundo hostil, áspero y ajeno. El hombre tomó a la pequeña, la envolvió en pañales y, mientras la madre lloraba, salió a la calle con la criatura.
Con su hija en brazos, Tajuddin Ali, de Dacca, Bangladesh, se fue al mercado, y allí realizó el trueque. Cambió a su hijita por un saco de arroz. «Cualquier cosa haría —dijo Tajuddin— antes de morirme de hambre.»
Si hay algo cruel en este mundo, es el hambre. El hambre es un mal universal. Lo cierto es que en este planeta hay más gente con hambre que ahíta de comida. Y cuando el hambre acosa, y un hombre ve a su mujer y a sus hijos morir por falta de comida, hace cualquier cosa por conseguirla.
El hombre de Bangladesh, con toda su familia, había soportado el hambre ya seis años, tantos como los que tenía de casado. Ante la mordedura terrible, no encontró más solución que cambiar a la última de sus hijitas por un saco de arroz, comida para seis días a lo sumo.
En el libro bíblico de Job se registran unas palabras pronunciadas por Satanás que, aunque proceden del padre de la mentira, son verdaderas: «Con tal de salvar la vida, el hombre da todo lo que tiene» (Job 2:4). Y Fedor Dostoievski, el gran escritor ruso, dice que el hombre puede ser reducido a la más absoluta miseria, y así y todo se aferrará a la vida.
El hecho de que existan en el mundo personas que esta noche se acostarán con hambre debiera darnos vergüenza. Todos somos miembros de una misma familia, y el que no siente el dolor del hambriento debe preguntarse si merece él mismo la vida que tiene. ¿Estamos nosotros involucrados en alguna entidad benéfica?
¿Y qué del hambre espiritual? Una persona puede poseer todos los bienes de esta tierra, sin faltarle nada de los menesteres de la vida, y sin embargo estar muriéndose espiritualmente. Para esa persona en particular, Jesucristo es el Pan de vida.
Cristo quiere llenar ese vacío del alma. Él quiere ser nuestro apoyo. Él quiere darnos su paz. Él quiere traernos esperanza viva. Permitámosle entrar en nuestro corazón. Cuando Cristo se hace dueño de nuestra vida, una profunda satisfacción espiritual llena nuestro ser. Aceptemos su amor. Él nos ofrece, gratuitamente, la vida eterna.
No hay comentarios:
Publicar un comentario