DA UN PASEO CON DIOS Y CAE RENDIDO A SUS PLANTAS
En un momento u otro, todo el mundo se ha preguntado: ¿Cómo encuentro a Dios? ¿Quién y qué es Dios? Aunque quizás no podamos comprender plenamente a Dios, tenemos disponible una fuente para discernir un poco de la naturaleza de Dios. La Biblia nos dice que somos hechos a la imagen y semejanza de Dios y que “Dios es Espíritu” (Jn. 4:24). Esto significa que nosotros también somos espíritu; somos espirituales y divinos. Si deseamos encontrar a Dios, sólo tenemos mirar dentro de nosotros para descubrir nuestra divinidad.
Cuando a Jesús le preguntaron: “Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento en la Ley?” (Mt. 22:36), Su respuesta fue: “ ‘Amarás al Señor tu Dios…' Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo'”. (Mt. 22:37-39).
Pero, ¿nos amamos a nosotros mismos? Si hacemos esta pregunta con honestidad, haciendo a un lado cualquier falsa modestia, nuestra respuesta debería ser que sí. Lo que amamos en nosotros es realmente nuestra bondad inherente, nuestra divinidad. El conocimiento de esta verdad sencilla puede hacernos libres.
Nuestras buenas características con un índice de nuestra divinidad y de nuestros seres verdaderos. Cuando expresamos amor, somos muy parecidos a Dios, porque Dios es amor. Toda nuestra amabilidad es Dios obrando por medio de nosotros. ¿Nos consideramos sinceros, tolerantes, pacíficos, generosos, nobles, gozosos y colaboradores? Esto es Dios expresándose por medio de nuestra humanidad. Estas cualidades son los regalos que el Espíritu nos da para que los utilicemos todo el tiempo.
Siempre hemos sabido que necesitamos a Dios, pero quizás no nos hayamos dado cuenta de que Dios nos necesita. Sin esta creación —lo que llamamos vida, naturaleza, hombre, mujer, niños, todas las cosas vivientes— no veríamos a Dios. Toda la creación es la identidad de Dios expresada.
Cuando comenzamos a reconocer a Dios en esta manera, tomamos conciencia de los rasgos positivos que demostramos cada día.
Por ejemplo, cuando nos encontramos con un amigo, ¿qué cualidades divinas expesamos?
“Buenos días” podríamos decir expresando amistad y alegría.
“No está lindo el día?” Nuestra actitud es positiva y alentadora.
“Estás agobiado con tantos paquetes”. Somos observadores y comprensivos.
“Permíteme ayudarte”. Deseamos ayudar y somos generosos y considerados.
“Me alegro de verte”. Expresamos gozo, calidez humana y gratitud.
En un intercambio de sólo unos minutos, podemos expresar muchas buenas cualidades. Al practicar la conciencia de la presencia de Dios de esta manera sencilla, encontramos que cada día es una experiencia resplandeciente e iluminadora. Cada día se convierte en una aventura de autodescubrimiento y de descubrir a Dios.
Nuestra aventura es mejorada a medida que aprendemos a buscar las cualidades divinas en cada persona con quien nos encontramos. Cada una es nuestro “vecino” —la persona que está detrás de nosotros en la fila, la que está sentada a nuestro lado en el autobús, esperando junto con nosotros en el mostrador. Cada ser humano es una creación de Dios y tiene buenas cualidades para ser descubiertas y reconocidas por nosotros.
Las personas son como la música. En nuestro sistema musical, hay relativamente pocos tonos distintos pero ellos pueden ser arreglados una y otra vez en una multitud de maneras y cada arreglo suena diferente. Podemos encontrar personas a nuestro alrededor quienes se expresen de la misma manera que nosotros y es fácil que estemos de acuerdo con ellas y que nos agraden. Otras personas tienen rasgos de su personalidad que nos parecen extraños; como las notas de una composición musical, tienen tempo, acento y dominio diferente al nuestro. Pero si reconocemos que nosotros también poseemos estas cualidades —quizás en un grado diferente— podemos bendecir a quienes nos hacen conscientes de ellos. Al aprender a utilizar estos atributos de la manera correcta, nos expresamos más nuestra divinidad. Y al volvernos más sensibles a las palabras y acciones de los demás, aprendemos a reconocer y amar a la expresión única de Dios que es cada persona.
Qué maravilloso es saber que no importa donde caminemos, no importa con quién caminemos, ¡en realidad caminamos con Dios!
Cuando a Jesús le preguntaron: “Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento en la Ley?” (Mt. 22:36), Su respuesta fue: “ ‘Amarás al Señor tu Dios…' Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo'”. (Mt. 22:37-39).
Pero, ¿nos amamos a nosotros mismos? Si hacemos esta pregunta con honestidad, haciendo a un lado cualquier falsa modestia, nuestra respuesta debería ser que sí. Lo que amamos en nosotros es realmente nuestra bondad inherente, nuestra divinidad. El conocimiento de esta verdad sencilla puede hacernos libres.
Nuestras buenas características con un índice de nuestra divinidad y de nuestros seres verdaderos. Cuando expresamos amor, somos muy parecidos a Dios, porque Dios es amor. Toda nuestra amabilidad es Dios obrando por medio de nosotros. ¿Nos consideramos sinceros, tolerantes, pacíficos, generosos, nobles, gozosos y colaboradores? Esto es Dios expresándose por medio de nuestra humanidad. Estas cualidades son los regalos que el Espíritu nos da para que los utilicemos todo el tiempo.
Siempre hemos sabido que necesitamos a Dios, pero quizás no nos hayamos dado cuenta de que Dios nos necesita. Sin esta creación —lo que llamamos vida, naturaleza, hombre, mujer, niños, todas las cosas vivientes— no veríamos a Dios. Toda la creación es la identidad de Dios expresada.
Cuando comenzamos a reconocer a Dios en esta manera, tomamos conciencia de los rasgos positivos que demostramos cada día.
Por ejemplo, cuando nos encontramos con un amigo, ¿qué cualidades divinas expesamos?
“Buenos días” podríamos decir expresando amistad y alegría.
“No está lindo el día?” Nuestra actitud es positiva y alentadora.
“Estás agobiado con tantos paquetes”. Somos observadores y comprensivos.
“Permíteme ayudarte”. Deseamos ayudar y somos generosos y considerados.
“Me alegro de verte”. Expresamos gozo, calidez humana y gratitud.
En un intercambio de sólo unos minutos, podemos expresar muchas buenas cualidades. Al practicar la conciencia de la presencia de Dios de esta manera sencilla, encontramos que cada día es una experiencia resplandeciente e iluminadora. Cada día se convierte en una aventura de autodescubrimiento y de descubrir a Dios.
Nuestra aventura es mejorada a medida que aprendemos a buscar las cualidades divinas en cada persona con quien nos encontramos. Cada una es nuestro “vecino” —la persona que está detrás de nosotros en la fila, la que está sentada a nuestro lado en el autobús, esperando junto con nosotros en el mostrador. Cada ser humano es una creación de Dios y tiene buenas cualidades para ser descubiertas y reconocidas por nosotros.
Las personas son como la música. En nuestro sistema musical, hay relativamente pocos tonos distintos pero ellos pueden ser arreglados una y otra vez en una multitud de maneras y cada arreglo suena diferente. Podemos encontrar personas a nuestro alrededor quienes se expresen de la misma manera que nosotros y es fácil que estemos de acuerdo con ellas y que nos agraden. Otras personas tienen rasgos de su personalidad que nos parecen extraños; como las notas de una composición musical, tienen tempo, acento y dominio diferente al nuestro. Pero si reconocemos que nosotros también poseemos estas cualidades —quizás en un grado diferente— podemos bendecir a quienes nos hacen conscientes de ellos. Al aprender a utilizar estos atributos de la manera correcta, nos expresamos más nuestra divinidad. Y al volvernos más sensibles a las palabras y acciones de los demás, aprendemos a reconocer y amar a la expresión única de Dios que es cada persona.
Qué maravilloso es saber que no importa donde caminemos, no importa con quién caminemos, ¡en realidad caminamos con Dios!
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